Jorge Luis Borges en los laberintos cubanos de Roberto Fernández Retamar

El documento de la reunión en Buenos Aires de dos de las voces más lúcidas de las letras latinoamericanas

El 16 de septiembre de 1985, la ciudad de Buenos Aires sería testigo de un evento inédito. Roberto Fernández Retamar, el gran poeta e intelectual cubano, visitaría nuestro país con un claro objetivo en mente: entrevistar a Jorge Luis Borges. El motivo de la entrevista era solicitar la aprobación de Borges para publicar alguno de los cuentos selectos en una antología que el poeta cubano estaba por editar en su país.

Por diversas razones, y entre ellas porque Borges no había ocultado, todo lo contrario, su hostilidad hacia la Revolución Cubana, además de otras tristes hostilidades y afinidades, no era dable que la antología apareciera sin contar con su acuerdo explícito, que no parecía lo más sencillo del mundo“, puntualiza Fernández Retamar en un documento sobre el encuentro con el célebre escritor argentino.

El gran intelectual cubano recuerda la experiencia de aquel encuentro en un documento firmado en 1986 del que a continuación compartimos algunos fragmentos.

Aquel día de setiembre, una tarde húmeda de Buenos Aires, me hallaba en la editorial Hyspamérica con su director, el inteligente y generoso Jorge Lebedev (…) En eso sonó el teléfono. Lebedev lo tomó, pero apenas pudo hablar unas palabras, porque la comunicación se cortó debido a algún defecto técnico. Entonces me miró con rostro sorprendido y dijo: “Es Borges”. Insistió en volver a comunicarse, y al fin lo logró. Habló con María Kodama sobre algunas cosas de trabajo y de inmediato, para mi perplejidad, le añadió: “María, estoy con el poeta cubano (oh riesgo) Fernández Retamar, que conoce y admira mucho la obra de Borges, y necesita verlo. Se lo paso”. Estupefacto, tomé el teléfono. No hallando otra cosa mejor que hacer, pasé a recitarle:

El vago azar o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes

Y añadí a continuación: “Y ahora, si usted tiene la bondad de facilitarlo, con María Kodama y Jorge Luis Borges.” Siguió un silencio, y luego la voz dulce de María: “Voy a preguntarle”. Otro silencio, más largo, y de nuevo la voz: “Dice Borges que si puede venir ahora.” “Dígale que ya estoy ahí

Cuando llegó al domicilio del autor, Fernández Retamar recuerda parte del diálogo que mantuvo con el emblemático autor argentino:

-Borges, quise verlo a usted en 1961, cuando vine la otra vez a Buenos Aires. Pero usted estaba entonces en Texas. Ha pasado un cuarto de siglo, y el tiempo me ha devastado. Por suerte los dioses, benevolentes, lo han privado de la tristeza de verme ahora.

-¿Qué edad tiene?

-Cincuenta y cinco años.

-Pero si es un pibe, che. Yo tengo ochenta y seis.

-Sí, pero yo vivo en el tiempo y usted está en la eternidad, que ha historiado, así como ha refutado el tiempo.

-No, también Borges es sucesivo.

-En todo caso, de mis cincuenta y cinco años, me he pasado cuarenta leyéndolo a usted.

El escritor cubano prosiguió hablándole de su Cuba natal, régimen con el que sabía que el autor argentino no simpatizaba

-Ese barrio está en la ciudad de La Habana, capital de un país llamado Cuba, cuyo régimen político yo sé que usted no aprecia demasiado. Pero ni siquiera eso puede impedir que isted tenga allí millares de lectores, millares de admiradores. Y precisamente por eso he insistido en verlo. Porque preparo una antología suya y necesito su consentimiento. Le prometo que me atendré a las más recientes ediciones de sus “Obras Completas” y libros posteriores, y que no incluiré nada de lo que usted haya prescindido, a pesar de que entre esos materiales se encuentren textos y aun libros completos que quiero. Por ejemplo, entre los muchos versos que usted ha eliminado recuerdo, de “Fervor de Buenos Aires”

Continuaron hablando de que piezas literarias incluir en la antología y hasta el propio Fernández Retamar le prometió llevarle personalmente una copia de la obra cuando ésta estuviera editada

-Pero hay textos que no debe usted poner en su selección. Por ejemplo, “La fundación mítica de Buenos Aires” y “El general Quiroga va en coche a la muerte”:

-Aunque lo lamento mucho, al verlos cambiar de título sospeché que el próximo paso sería la eliminación.

-Y también debe quitar “Hombre de la esquina rosada”.

-Pero Borges…

-Es que no es creíble. La verdad de ese cuento está en otro…

-Sí, pero en la antología yo pondré también ese otro cuento: “Historia de Rosendo Juárez”. Así se establecerá entre ambos un diálogo en el volumen, por encima de los años.

María Kodama me pregunta si yo diré eso en el prólogo y le afirmo que sí, como lo estoy haciendo. Entonces Borges accede a que aparezca el primer cuento.

-Lo que no podremos es mandarle dólares.

-A mí no me interesa el dinero.

-Le enviaremos cuadros o libros antiguos.

-¿Y me traerá usted mismo esa antología?

-Me encantaría poder hacerlo.

-Lo espero.

El poeta cubano no grabó la conversación que tuvo con Borges; tomó notas y las palabras que hoy reproducimos son el resultado de ese trabajo. “Reproduzco -la charla- aproximadamente, de memoria, con toda la fidelidad de la que soy capaz“, asegura Fernández Retamar

La tarde se había hecho noche cerrada. Me levanté. Apreté de nuevo su mano, delicada, contemplé, no sin emoción, aquel rostro pálido donde una sonrisa había estado casi siempre presente, me despedí de María, que tanto me ayudara en este encuentro, y salí a la calle, exaltado. Tenía la convicción de que, además del hombre de inmenso talento que ya sabía que era, Borges era un hombre bueno, modesto, parco en su vivir. Por desdicha, la ilusión de entregarle personalmente este libro también se ha deshecho “como el agua en el agua”. Varios meses después, cuando la selección estaba terminada y había bocetado la primera versión del prólogo, ya inútil (intentaba ser una nueva conversación con él), Borges fallecía en Ginebra, donde se inhumó su cadáver. Aquella tarde de setiembre quedó para mí como un recuerdo luminoso, pero sin continuación.

Finalmente, casi treinta y cinco años después, dos de los nombres más destacados de las letras latinoamericana se volverían a reunir pero ya en los anales de la historia.