“El Reino”, la nueva ficción nacional de Netflix que no se te puede escapar

Para quienes se sienten atraídos por las conspiraciones políticas al estilo “House of Cards”, con el añadido de una mirada al fanatismo religioso que cuenta con Diego Peretti y Chino Darín en el elenco.

“El viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro… surgen los monstruos”. Esta frase de Antonio Gramsci da el puntapié inicial a El Reino, la nueva serie argentina de Netflix, y contiene una cierta advertencia a los espectadores: no hay que asumir que los peores monstruos se exhiben como tal a plena luz del día.

En esta historia no te puedes confiar de nada ni nadie. «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces», reza Mateo 7:15. Y esta referencia a la Biblia no es al azar en la serie creada por Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro.

El reino nos ambienta en un escenario donde la política y la religión se unen para movilizar a las masas. Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka) es el candidato conservador a la presidencia del país, y ha elegido como vicepresidente y compañero de campaña a Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), un popular pastor evangelista de la Iglesia de la Luz. Sin embargo, en el acto del cierre de campaña, un fanático sube al escenario y asesina a Badajoz, creando un conmoción en la nación y un misterio por resolver. ¿Quién es el verdadero responsable de este asesinato? ¿Cuál es el móvil del asesinato?

Este suceso marca el inicio de la trama, que se presenta como un rompecabezas perfectamente ensamblado para ir desentrañando episodio a episodio, con multitud de personajes, conflictos personales y familiares, y sobre todo intereses políticos y económicos. Junto a Vázquez Pena encontramos personajes imprescindibles como su mujer, Elena (Mercedes Morán), una Lady Macbeth que es el verdadero motor de la Iglesia de la Luz, su consejero Julio Clamens (Chino Darín), un abogado que poco a poco revelará por qué se pasó al otro bando siendo sus padres los líderes políticos de la izquierda, y también sus hijos Pablo (Patricio Aramburu), Magdalena (Victoria Almeida) y Ana (Vera Spinetta), que están tan metidos en el barro como sus progenitores, y el hijo de corazón, un silencioso cura de la Iglesia (Peter Lanzani). El reino tiene mucho de historia ‘shakespeareana’, intercambiando las tensiones familiares palaciegas por las de las élites económicas, políticas y religiosas, la verdadera aristocracia moderna.

Pero el reparto coral de la producción también se extiende en las otras partes importantes del relato, como las autoridades que buscan justicia mediante la figura de la fiscal Roberta Candia (Nancy Dupláa). Ella va a enfrentarse a los secretos de la Iglesia de la Luz, a quienes el asesinato ha obligado a esconder sus trapos sucios de la manera más efectiva posible. Pero Candia, que equilibra su determinación empoderadora con sus propios problemas personales en casa, está dispuesta a llegar hasta el fondo del asunto junto a su asistente Ramiro Calderale (Santiago Korovsky). Ambos adoptan el rol de héroes en una historia llena de sombras, y el dúo que forman es muy acertado: la fiscal veterana y el inteligente novato que llega donde a su jefa no le da tiempo.

El reino es ideal para aquellos seguidores de series de corrupción, conspiraciones y crímenes al estilo House of Cards, con dramas familiares tan intensos (pero menos divertidos) como los de Succession y una mirada crítica y provocadora a los líderes religiosos que sintoniza a la perfección con la nueva Perry Mason de HBO, donde la religión (o, más bien, el fanatismo) también juega un papel fundamental.

Sin embargo, más allá de las similitudes que podamos encontrar con otros títulos recientes, la serie consigue ser también única en su particular retrato de Argentina y sus guerras de poder. Los creadores lanzan dardos envenenados a los políticos que solo buscan ocupar sillones, los falsos predicadores que intoxican a las masas, la corrupción que se come el sistema por dentro y, en general, a un mundo consumido por la codicia.